viernes, 4 de abril de 2014

Las cuarenta en bastos

¡Qué sería de los pueblos marineros sin esas tabernas de puerto refugio de marineros! ¿Dónde iba a arreglar la vida la gente de mar? ¿Dónde juntarse a hablar sobre las últimas acciones de los políticos, tan alejadas de la realidad de la pesca? A todas esas tabernas y a su ambiente va dedicado este relato de Joaquín Cadilla.

Las cuarenta en bastos

El ambiente, a media mañana, en la “Taberna Refugio”, como todos los días de invierno con temporal de suroeste, estaba cargado. La flota de pesca artesanal no había salido a faenar, permanecía atracada al muelle y las faenas pesca pasaban de las cubiertas de los barcos a las mesas de “dominó” y “subastado”. El ruido de las fichas golpeando la mesa de mármol, los nudillos contra el tapete verde cantando “las cuarenta en bastos” y las conversaciones en voz alta sobre capturas imposibles y peces jamás vistos por el ojo humano, excepto por quien lo contaba, se entremezclaban creando un caos marinero solamente soportable por las Gentes de Mar, medio sordas, debido al zumbido permanente de los motores a bordo de los barcos.

A las tres de la madrugada las tripulaciones habían bajado al puerto serpenteando las estrechas y oscuras calles de La Guardia; con su ropa de aguas ya vestida para protegerse de esa lluvia que no cae de arriba, sino de enfrente; con su cuerpo inclinado hacia adelante para vencer a la fuerza del viento, y con el convencimiento absoluto de que esa noche no se harían a la Mar.
Manuel movía en círculos su boina negra malhumorado al doblar la esquina de la vieja salazón que se encontraba al final de la calle Malteses; en la entrada de la Ribera. Molesto, sin apenas haber dormido, en medio de la oscuridad de la noche sin luna, sintiendo la virulencia del viento sobre su rostro moldeado por la acción de la sal, se decía, gritándose en silencio:

-¡Mira que son burros estos de la Televisión de Galicia. Ayer pronosticaban vientos flojos de noroeste, rolando a norte y hoy vuela el Mar de suroeste!

-¡Más burro soy yo por haberles hecho caso una vez más!

-¿Quién aguantará a Florencio hoy en la taberna después del segundo aguardiente?, se preguntó finalmente, cuando alzó la cabeza y pudo distinguir las siluetas de muchos marineros haciendo corrillos a la sombra de la lonja.

-Manuel, ¡qué! Salimos a la Mar, ¿no? ¡Menudo madrugón para nada! A tus años, viejo cascarrabias salitroso, te sigue engañando ese pelado del parte de la “telegaita” y nos haces estar aquí a estas horas, le espetó Florencio nada más llegar.

-Venga, Florencio. Déjate de “caralladas” y vamos a revisar los cabos de los barcos antes de que sea tarde. Después cada uno que vaya donde le plazca.

-Donde hay patrón no manda marinero. ¿Vendrás a tomar el café al “Refugio”, no, Manuel?

- Sí, yo el café y tú el aguardiente.

- ¡Hombre, unas gotitas, con esta mojadura que nos cala hasta los huesos, no sientan mal a nadie!

-Excepto a ti, que te pones más bravo que este frente de suroeste dejando mar de fondo durante semanas.

La partida de “Subastado” había entrado en su punto álgido. El tanteador marcaba novecientos treinta contra ochocientos noventa. Los nervios, a pesar de que solamente se jugaban los cafés y los chupitos de aguardiente que se había bebido Florencio, estaban a flor de piel. Manuel repartía las cartas de esa última mano sabiendo que necesitaban una gran jugada para remontar. Dudaba de la templanza de Florencio en esos momentos finales, más aún, con el tercer chupito agotado. Sabía que con dos el toro que llevaba dentro todavía se contenía; con el tercero, comenzaba a resoplar; y con el cuarto, embestía con toda su furia sin importarle las consecuencias.

-¡Juan, tengo la garganta seca!, gritó Florencio, con una sonrisa, ante la mirada censuradora de Manuel.

La concentración era máxima mientras ordenaba cada uno sus cartas. Esta vez la fortuna parecía estar del lado de Manuel. Su juego, que le permitía soñar con la victoria, pasó a un segundo plano cuando de repente Florencio, tras vociferar “¡Era lo que faltaba, ahí llega el Hambre acompañado de la Cuaresma!”, captó la atención de todos los presentes. Se silenciaron las fichas del dominó, los monstruos marinos volvieron a sus guaridas, las redes cargadas de pescado se quedaron en el fondo y Manuel se giró para ver hacia la entrada. Su primo Alejandro, acompañado del director del Banco Santander, caminaba hacia su mesa.

Parsimonioso, elegante, con su traje gris de Armani se paró al lado izquierdo de Manuel. Le agarró del hombro y señalando con la otra mano a la pareja de jóvenes desaliñados (según la óptica de Alejandro) a la que se enfrentaban, le preguntó:

- ¿Qué haces jugando con esta gente a las cartas?

- Ya ves, ¿es qué no te gustan? Te los presento: este es Juan, de Greenpeace y este otro es Iago, biólogo del Centro de Investigaciones Marinas de Vigo. Están colaborando con nosotros y ayudándonos en la evaluación de nuestros caladeros, que bastante deteriorados están, y en parte importante, gracias a tus fábricas y a tu flota.

- Ya he tenido la oportunidad de conocer a ambos. Lo único que han dicho sobre nuestra industria, hasta el día de hoy, son sandeces.

- Tú, ¿quien te crees para juzgar con quién nos juntamos? Gritó Florencio levantándose como un poseso de su silla y golpeando con sus dos puños simultáneamente la mesa.

Manuel intervino al instante, posó su mano sobre el hombro de Florencio y le rogó que se sentase y se calmase.

- Manuel, aquí no eres mi patrón, así que digo y hago lo que me plazca.

- Claro que en tierra no soy tu patrón, Florencio, pero soy tu amigo desde que jugábamos en la playa antes de que pudiésemos caminar; por ello, te ruego que te sientes y te calmes. Céntrate en las cartas, que nos la jugamos.

Florencio se calmó, observo sus jugadas y sin esperar a lo que Manuel le anunciase apostó:

- Ciento diez, las que nos faltan.

- ¡Tuyas! Le respondieron Juan y Iago. Ahora debéis hacerlas.

- Manuel ¿por qué razón vuestra actitud hacia nuestras industrias es tan hostil si damos tantos puestos de trabajo tanto en el mar como en tierra?, le preguntó Alejandro mientras Manuel estudiaba sus cartas.

- Porque desde que habéis comprado más barcos factoría y más grandes, nuestros lenguados no tienen que comer; nuestros meros se han quedado sin refugio y nuestros pulpos ha desaparecido. En la Mar, al igual que en esta taberna ahora mismo hay de todo, se necesita la biodiversidad. ¿Te parecen pocas razones?

Juegan la primera mano y Florencio la gana. Contento peta en la mesa y canta con voz firme dirigiendo la vista hacia Alejandro:

- ¡Cuarenta en bastos!

- Manuel, si sabes que vamos a seguir pescando; que tenemos los permisos y licencias pertinentes ¿por qué vamos a continuar pegándonos si la realidad es la que es?

- La cruda realidad del mar la tenéis en vuestro poder tú y los tuyos, primo mío; pero la verdad sobre la Mar la sabemos yo y los de mi condición; ¿o es que te has olvidado de donde procedes?

- ¡Veinte en oros!

- ¡Claro que no me he olvidado, pero esto es un negocio; nada más que un simple negocio! Respondió en esta ocasión Alejandro irritado.

- Has dado en el clavo. Esa es la gran diferencia entre nosotros. Para ti la pesca son euros, solamente millones de euros. Mira a tu alrededor, hoy precisamente; para nosotros es el pan; la Mar es una forma de entender la vida.

- ¡Pero sí podemos desarrollar con nuestros buques factoría una pesca sostenible!

- Mira Alejandro. Como nos decía nuestro abuelo en su jerga “o es fun o es funfuneta” nunca ambos.
Florencio contaba los puntos hechos sabiendo que habían conseguido más de los ciento diez puntos que necesitaban para ganar la partida a los jóvenes Juan y Iago.

- ¡Olé! Ciento treinta y dos. Juan, Iago, a pagar. Señor Alejandro, señor director, cada uno con quien vino.

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