lunes, 29 de diciembre de 2014

El Grito

Nuestra entrada de hoy no recoge ninguna noticia de interés, ni curiosidad, ni avance tecnológico. Tampoco os ofrecemos un poema. Hoy os queremos regalar un cuento que refleja la dura realidad de los accidentes marítimos. Este cuento ha sido escrito por Joaquín Cadilla, Balueiro, y obtuvo el premio en el III Certamen literario "Cuentos del mar" en 2013 organizado por la Reserva Marina de La Graciosa. Se titula "El Grito" y esperamos que os guste.

El grito

Cuando Elías despertó sobre la camilla que los equipos de emergencia habían trasladado a las rocas, sintió un golpe de mar a su lado que lo devolvió a la realidad.

- ¿Dónde está mi hermano? – preguntó sin que apenas pudiese oírlo nadie en medio de la confusión.

La Mar estaba en calma a la salida de puerto con bancos de niebla se que podían observar cerca de la línea del horizonte. Los rostros de Elías e Isaac irradiaban entusiasmo mientras preparaban los anzuelos. Era tiempo para recuperarse y olvidar el tempestuoso mes de diciembre que no les había permitido hacerse a la Mar nada más que seis días, convirtiendo sus Navidades en Navidades de pesebre y no de Reyes Magos.

Las caballas ya deberían estar cerca de la costa –pensaba Isaac- salvo que los superbuques holandeses ya hayan acabado con ellas antes de que estas atraquen en nuestros caladeros.

- ¿Elías alcanzas a ver alguna bandada de pardelas?

- ¡Hacia el oeste, Isaac! Parecen disfrutar de un festín cerca de los bancos de niebla. También hay cormoranes haciendo picadas.

- ¡Va rumbo al oeste a toda máquina! Tendremos que apresurarnos y conseguir la pesca antes de que la niebla nos alcance en su camino hacia tierra. Elías vete preparando los aparejos mientras yo pongo en disposición las cajas y el hielo.

- ¿A qué viene tanta prisa? –preguntó Elías irritado.

- Ya sabes porqué, hermanito. Eres joven pero te lo he explicado muchas veces.

- Ya sé, ya sé. Los poderosos lo son hasta en la Mar –refunfuñando, al tiempo que movía sus manos velozmente entre los aparejos, respondió Elías.

- No es “hasta”, Elías. Es “todavía más”, si cabe…y la niebla, además, los convierte en peligrosos.

- ¡No respetan nada! –respondió Elías- No les basta con acaparar casi la totalidad de la cuota de pesca. Solamente nos dejan las migajas. En una semana tendremos que dejar de pescar y sentarnos a ver desde la punta del muelle como ellos cargan sus monstruosas bodegas. Con lo que ellos pescan en un solo lance tendríamos todas las lanchas de nuestro pueblo para todo el año. ¿Y tú ves a alguien corregir esta anomalía de que quien más esquilma, más derechos tiene? ¡Malditos titanes succionadores!

- ¿Recuerdas el viaje en el que papá nos llevó a Madrid para visitar el Museo del Prado? –continuó Elías- pues bien, cada vez que nos cruzamos con estos gigantes de cien metros en la Mar se me aparece “El Coloso” de Goya.

La sonrisa en el gesto de Isaac ejercía de contrapunto del rostro tenso de Elías.

- Está bien, Elías –respondió con tono conciliador Isaac- Recuerda también lo que papá nos decía: “nunca esperes que el pez chico coma al grande. Si eres chico, sé veloz y astuto”.

- ¡Aquí están las caballas! ¡Vamos a tirar los anzuelos!
La pesca era abundante, las sonrisas se convertían en carcajadas a cada aparejo que viraban. Las duras Navidades se subían al tren del olvido y sueños renovados embarcaban en la lancha a lomos de cada caballa.

- Jovencito, imagino que al llegar a tierra podrás regalarle a tus ahijadas los regalos que les prometiste – señaló Isaac jovialmente mientras abrazaba a su hermano.

- Tú eres el padre; podríamos ir al cincuenta por ciento.

- Cada palo que aguante su vela. Lo que a mí me corresponda, yo lo haré.

La densidad de la niebla fue en aumento, la visibilidad era prácticamente nula, y con ello, la preocupación de Isaac. Las caballas y los sueños desaparecieron al ritmo del humo del cigarrillo que ya le quemaba los labios.

- Elías, vamos a virar todo el aparejo y poner rumbo a tierra. Estar aquí es peligroso.

- Solamente nos faltan cinco cajas para completar la cuota que nos corresponde –apuntó Elías – A esos gigantes no se les permite estar tan cerca de la costa.

- Esos gigantes van donde encuentren buenos bancos de peces y nosotros estamos encima de uno – replicó nervioso Isaac.

- ¡Maldita sea Isaac!

- ¿Qué sucede?

Elías se giró, vio hacia su espalda y en medio de la espesa niebla, a pocos metros de su minúscula lancha, pudo distinguir la descomunal y obscura silueta de “El Coloso” corriendo a toda velocidad en dirección a ellos.

La boca abierta con la intención de engullirlos, su mirada aterradora y los brazos extendidos en disposición de atizarles dos garrotazos fue lo último que pudo ver Elías antes de correr hacia el puente de mando. Todo había tomado matices rojos: la niebla, sus cuerpos, la lancha… La expresión de su rostro aterrorizado con los brazos en alto en una carrera desesperada y un Grito sordo anunciaron el impacto.

-¡Isaac! ¡Isaac! ¡Isaac! –reclamaba al viento Elías alzando medio cuerpo de la Mar impulsado por sus brazos sobre el resto de madera al que se sujetaba.

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