Cierto es que el 16 de julio, "El Día del Carmen", es un día de celebración religiosa católica, pero hoy en día el sentimiento hacia lo que simboliza la Virgen del Carmen va más allá, creo, de una creencia católica. La unión de lo católico con nuestra cultura durante siglos ha generado unos vínculos tan arraigados a nuestra forma de ver la vida que símbolos como la Virgen del Carmen han sobrevivido a la pérdida de fe en la religión católica. No solamente se emociona con la Virgen del Carmen el marinero profundamente católico, si no que también ocupa un lugar de privilegio en los corazones de todos los marineros y no marineros amantes de la vida en la Mar.
La Virgen del Carmen son los corazones de las Madres, de nuestras Madres, de las Madres de nuestros hijos cuando estamos embarcados, de las Madres de nuestros amigos que navegan en otros barcos, de las Madres de nuestros compañeros de a bordo en un día de temporal, de las Madres que nos quieren, aunque su vida no sea la Mar. La Virgen del Carmen es la generalización de unas supermujeres que sabemos, mientras estamos en la Mar, que lloran, sueñan y sufren por nosotros. Unas supermujeres que miran con ojos de ternura a sus hijos entregados a los dictámenes de un medio superior a la condición humana: la Mar.
La Virgen del Carmen son las lágrimas por el recuerdo sin cicatrizar de nuestros amigos, familiares y compañeros perdidos en altamar a lo largo de nuestras vidas. La Virgen del Carmen son las "Gracias por haberme salvado en aquel temporal que nos comía". La Virgen del Carmen es el abrazo en el regreso.
A través de Ella el 16 de julio reavivamos el fuego en el sentimiento colectivo de amor, respeto y temor hacia ese ser superior que es la Mar. La consciencia nos ubica, de nuevo, en la humildad de sabernos insignificantes.
Vemos en la imagen de la Virgen del Carmen, religiosos o no, los ojos de una Madre que intenta desesperadamente salvar a sus hijos que son tragados por la Mar y a ese niño que cuida entre sus brazos de las inclemencias de la vida.
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