1975
Una botella de lejía, azul, con nombre de diosa, "MAR", llegó a la orilla en medio de una sopa de basura flotante. Justo en aquella esquina de la playa se agolpaban los niños en su tiempo de recreo, entre clase y clase. Sabían que, tras el temporal, las corrientes marinas atraerían todo tipo de desechos que levantara el oleaje del fondo.
Como en un río por su cauce invisible, sin laderas que lo sujeten y lo guíen, como por pura magia, las corrientes marinas peinaban el mar arrastrando todo tipo de cuerpos flotantes hasta su desembocadura, en la playa: plásticos, cabos, palos, incluso "piche" (una especie de plastilina compuesta por los "hilillos" de Rajoy mezclados con sedimentos marinos). El "piche" era útil para lastrar, a modo de "quillote" los barcos construidos por las pequeñas manos a partir de las latas de 5 litros de aceite de coche que, a veces, también llegaban en medio de la sopa oceánica.
Como en un río por su cauce invisible, sin laderas que lo sujeten y lo guíen, como por pura magia, las corrientes marinas peinaban el mar arrastrando todo tipo de cuerpos flotantes hasta su desembocadura, en la playa: plásticos, cabos, palos, incluso "piche" (una especie de plastilina compuesta por los "hilillos" de Rajoy mezclados con sedimentos marinos). El "piche" era útil para lastrar, a modo de "quillote" los barcos construidos por las pequeñas manos a partir de las latas de 5 litros de aceite de coche que, a veces, también llegaban en medio de la sopa oceánica.
La reina era la botella de lejía "MAR". Plástica, última tecnología en material de construcción. El plástico era un regalo del avance tecnológico. No manchaba, no se oxidaba, era abundante y evitaba conflictos entre amigos, fácil de trabajar y ligero. Con una simple incisión en forma de U sobre un lateral de la botella se construía la vela del barco. Un corcho, que sustituía al tapón, hacía las veces de proa; un palo (bien elegido de entre la sopa) atravesaba la lengüeta e izaba la vela. Un poco de "piche" en el interior, sobre la cubierta, dotaba de estabilidad el velero...y a navegar.
Todo los desechos arrastrados por la corriente convertían aquella esquina de la playa en el Toys'r'us de de los niños de la época.
2014
Han pasado treinta años y una nueva generación, -que ya ha visto lo sucedido, que ha cobrado consciencia de que el plástico no es el rey de los mares ni la solución a todos los problemas-, ha cambiado su forma de pensar cuando pasea por la orilla de la playa y se encuentra con un escombrero. Saben que los plásticos no se degradan, que ensucian los mares, que contaminan la naturaleza y nuestra conciencia. Uno de esos niños es Boyan Slat (1995) quien, en unas vacaciones con sus padres, en Grecia, se encontró con que la esquina de una playa era la desembocadura de un cauce de sopa plástica. No se preguntó, afortunadamente, cómo construir un velero con una botella de lejía. Se preguntó cómo limpiar los mares: "me dí cuenta de que la gente nunca dejaría de verter plásticos a los mares... El plástico del mar tenía que poder limpiarse de alguna manera".
Lo creían loco. ¡Ja! Uno más. Un iluminado cuya cabeza vuela llena de pajaritos. Pero no, no resultó ser un loco. Puso en marcha un proyecto, "The Ocean CleanUp", que ha asombrado al mundo, que ha captado la atención de científicos de renombre y que ha despertado la curiosidad de los principales dirigentes políticos.
Utilizará, igual que en 1975, las corrientes oceánicas para esperar el paso del plástico (más de 8 millones de toneladas), pero interrumpiendo el camino del cauce invisible y evitar su discurrir tóxico a partir de las barreras que recogerán la basura.
No habrá niños esperando la llegada de la botella azul de lejía "MAR"; habrá niños disfrutando de un "MAR AZUL". Así, con mayúsculas.
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