jueves, 5 de noviembre de 2015

Garcés en su Casa

A un paseo de la casa donde vivió sus últimos años, detrás de una de las mejores pinacotecas del mundo (Museo del Prado), en dos salas de la Casa de Galicia en Madrid, el color de Juan Garcés iluminó el espacio.

Una pequeña muestra de su obra pudo saborearse hasta el día 30 de octubre. Él la hubiera disfrutado más que nadie. Estoy convencido de que si tuviese que elegir un lugar para exponer  en la capital no se decidiría por las grandes galerías de arte, se emocionaría por ver su obra llenando las paredes de la casa de su tierra; de la tierra de su musa, Rosalía; de la tierra de su admirado Seoane.

Sentía indiferencia ante la adquisición de algunos de sus cuadros por parte de museos y grandes coleccionistas de medio mundo. Pero sus ojos se bañaban de emoción cuando contemplaba, en sus viajes a Galicia, una marina suya presidiendo el humilde salón de una viuda marinera que le había enseñado como caminar por las rocas de la costa guardesa en su infancia.

A Galicia, a la Mar y a sus gentes, las amó como a su familia. Galicia era su sueño, su Edén. La Mar era su Diosa (con la que se fundió en un beso eterno), clásica, contradictoria, que se tragó a su padre y llenó de sentido su vida. La gente de la Mar, la que en sus charlas le rememoraban sus tiempos jóvenes al mando de un timón en medio de la tempestad o la calma, que con tanta maestría supo llevar al pincel, era su gente.

La Casa de Galicia, que es su casa,  tan cerca de los grandes maestros, a quienes admiró, nos regaló durante unos días la fresca brisa de Juan Garcés. Garcés de sus últimos años, enfrentado en un pugilato contra la vileza y lo infame, que representa con unos trazos en un florero de rosas, que no son rosas, sino metafóricos corazones invertidos (de rojo intenso en el interior y con grueso contorno de negro azabache) clavados en sus tallos tras la caída. .

También tuvo tiempo para sonreír a través de su admiración y respeto hacia la feminidad. Sus pamelas y perfiles mágicos contrastan en su dulzura con las rosas de sangre.

Y Galicia. Plasmada en la inocencia de un autorretrato: Un marinerito sentado en las rocas de A Guarda, con su velero en la mano izquierda a punto de botarlo a navegar a esa Mar Gallega, gris, otoñal, que abre una ventana de treinta por veinte y se aparece al otro lado del mamparo, en medio de la calle, en Madrid. Con una nube blanca sobre el horizonte (al W), que no es nube. ¿Es corazón? ¿Es una hermosa nalga? Juan navega con el secreto a bordo.

Agradecer a la Xunta de Galicia esta hermosa iniciativa por la honra que supone entrar en nuestra Casa, en Madrid, y encontrarnos con uno de los nuestros: un Corazón de Sal.

La Casa de Galicia en Madrid se encuentra en la calle Casado del Alisal ( imposible recordar el nombrecito sino fuese por el juego de palabras que Juan Garcés me insinuó al oído cuando quedé en blanco al entrar en el taxi: "¡Despierta, coño! Casado con la sal, casado con la sal... Casado del Alisal".



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