lunes, 31 de agosto de 2015

Más salitre y menos bytes

Vivimos en un mundo trepidante. La tecnología nos invade y los bytes pasan a incoporarse en nuestro ADN diario, convirtiéndonos en seres simples configurados en un lenguaje binario de ceros y unos que parece impulsarnos a vivir más rápido, más deprisa. Sentimos como nos absorbe el oxígeno que nos rodea y los días caen en el calendario como hojas de otoño.

Hay veces que es la propia vida la que te para. Si echamos la vista atrás da la sensación de que sólo recordamos determinados momentos, actos importantes que nos marcan en nuestra existencia y esos actos suelen destacar por el sentimiento que nos genera en nuestro interior. Normalmente son los nacimientos, los enlaces matrimoniales y los fallecimientos los que paran el calendario. Por eso, en este mundo trepidante en el que parece que no tenemos tiempo para mantener una conversación sin echar un ojo a nuestra pantalla táctil, hacer una pequeña parada voluntaria en nuestra línea espacio temporal se hace, a veces, necesario.

Una buena manera de olvidarse de todo es acercarse al mar, con ese poder que tiene el "Gran Azul" de colocarnos en nuestro sitio, de limpiarnos los bits de la sangre y hacer que nos olvidemos de nuestros temores terrenales. Miramos al mar mientras nos mece en su gran barriga y sabemos que es él quien tiene, en ese momento, el poder sobre nuestras vidas, sobre nuestra mente y sobre nuestro espíritu. Él nos enlaza, a bordo de un velero, de una canoa o de una chalana, con todos y cada uno de los marineros que viven en su día a día pendientes del mar y de sus frutos.

Nosotros salimos por hobby, buscando en la mar un escape a nuestro día a día. Ellos surcan los mares por necesidad; una necesidad que, en muchos casos, se convierte en su pasión, en su modo y forma de vida, más allá del sustento diario. Y en esa experiencia nos unimos, unos y otros, por el lazo invisible del respeto a un medio y a sus recursos; a su potencial y a su estado.

Navegamos en silencio, escuchando cómo las olas rompen contra el casco de la embarcación, sintiendo el viento y sin acordarnos, ni por asomo, de escuchar más música que la melodía de la Naturaleza; sin sentir curiosidad por lo que pueda haber publicado en las noticias de última hora de nuestras redes sociales -sólo nos interesa cómo rola el viento y cómo peina el mar-. Rompemos el silencio para compartir momentos, gratos momentos alejados de las preocupaciones diarias. Da la sensación de que el mar y el salitre lo limpian todo y te unen en comunión con el medio y la naturaleza, con lo básico y elemental.

Volvemos a tierra y una sensación me recorre el cuerpo. “Que lo que el mar ha unido no lo separe la tierra”, susurran las velas. Y en mi interior digo “así sea”.

Repetiremos y esperamos hacerlo en tan buena compañía. Hasta ese día, esta fecha quedará grabada en mi calendario junto con el resto de grandes acontecimientos.

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