El peaje al que nos somete la vida en la Mar está compuesto por una lista interminable de minusvalías vitales que van desde conocer la infancia de nuestros hijos a través de fotografías comentadas con todo el cariño por terceros cuando llegamos a tierra, donde la expresión de soledad de la madre te impide ver la sonrisa del niñ@ y escuchar a quien habla, hasta sufrir en la ausencia de un hombro donde apoyarse la noticia que debió ahogarse en el mar antes de llegar a bordo.
Todos los “no estuve”, “no lo viví”, “no me coincidió en tierra”, “no llegué a tiempo”… son piezas que forman parte de lo cotidiano en la composición del puzle de quienes desarrollamos la mayor parte de la vida en altamar. El mar, como profesión, es una elección voluntaria, aunque en muchas ocasiones forzada por las circunstancias. Resulta más probable terminar como marinero siendo gallego de la costa que castellano-manchego, naciendo en A Guarda, Riveira o Burela que haciéndolo en Guadalajara o Cuenca, pero en el fondo es una elección, y con ella arriban sus pros y sus contras, que afectan al ámbito de lo personal por decisiones propias. Se asumen las ausencias, la soledad y la nostalgia cuando uno se embarca. Se sobrevive a ellas, incluso me atrevería a decir que se aprende a aliarse con ellas con el fin de minimizar los daños ocasionados por las pérdidas personales. Pero ¿qué sucede con las pérdidas como ciudadanos pertenecientes a una sociedad? ¿Debemos asumir la pérdida de derechos como propia por haber elegido ganarnos el pan en medio de un Océano?
Estos días nos llegan noticias desde tierra que destacan la importancia de ejercer nuestro derecho al voto. Que la participación ciudadana será capital para nuestro futuro. Que tendremos que elegir entre el mundo animal, vegetal, geométrico, estelar o, si nos sale de dentro, ninguno. En fin, que los ciudadanos decidiremos…bueno, decidirán. Somos muchos los que estaremos en la Mar y que no disfrutaremos de la posibilidad de participar, con nuestro voto o sin votar, en lo único que nos permite sentirnos, por un instante, dueños de la
democracia.
¿Para cuándo el derecho al voto en altamar? No se trata de la influencia que este pueda tener o no sobre los resultados, sino sobre el reconocimiento de uno mismo como miembro de pleno derecho de un país que se autodenomina del primer mundo. Es una cuestión de derechos fundamentales para unos ciudadanos a quienes, sin embargo, la vida en el Océano no impide cumplir con sus obligaciones con el Estado.
Parece evidente, dado el nulo interés mostrado por los responsables políticos en poner fin a este agravio excluyente que convierte a los marineros embarcados en ciudadanos “de segunda”, que la dimensión aritmética, y no la custodia de los derechos fundamentales, es la energía capaz de poner la maquinaria en marcha. Eso es lo importante: la estadística. ¿Qué significa, entonces, una gota en el Océano?
Todos los “no estuve”, “no lo viví”, “no me coincidió en tierra”, “no llegué a tiempo”… son piezas que forman parte de lo cotidiano en la composición del puzle de quienes desarrollamos la mayor parte de la vida en altamar. El mar, como profesión, es una elección voluntaria, aunque en muchas ocasiones forzada por las circunstancias. Resulta más probable terminar como marinero siendo gallego de la costa que castellano-manchego, naciendo en A Guarda, Riveira o Burela que haciéndolo en Guadalajara o Cuenca, pero en el fondo es una elección, y con ella arriban sus pros y sus contras, que afectan al ámbito de lo personal por decisiones propias. Se asumen las ausencias, la soledad y la nostalgia cuando uno se embarca. Se sobrevive a ellas, incluso me atrevería a decir que se aprende a aliarse con ellas con el fin de minimizar los daños ocasionados por las pérdidas personales. Pero ¿qué sucede con las pérdidas como ciudadanos pertenecientes a una sociedad? ¿Debemos asumir la pérdida de derechos como propia por haber elegido ganarnos el pan en medio de un Océano?
Estos días nos llegan noticias desde tierra que destacan la importancia de ejercer nuestro derecho al voto. Que la participación ciudadana será capital para nuestro futuro. Que tendremos que elegir entre el mundo animal, vegetal, geométrico, estelar o, si nos sale de dentro, ninguno. En fin, que los ciudadanos decidiremos…bueno, decidirán. Somos muchos los que estaremos en la Mar y que no disfrutaremos de la posibilidad de participar, con nuestro voto o sin votar, en lo único que nos permite sentirnos, por un instante, dueños de la
democracia.
¿Para cuándo el derecho al voto en altamar? No se trata de la influencia que este pueda tener o no sobre los resultados, sino sobre el reconocimiento de uno mismo como miembro de pleno derecho de un país que se autodenomina del primer mundo. Es una cuestión de derechos fundamentales para unos ciudadanos a quienes, sin embargo, la vida en el Océano no impide cumplir con sus obligaciones con el Estado.
Parece evidente, dado el nulo interés mostrado por los responsables políticos en poner fin a este agravio excluyente que convierte a los marineros embarcados en ciudadanos “de segunda”, que la dimensión aritmética, y no la custodia de los derechos fundamentales, es la energía capaz de poner la maquinaria en marcha. Eso es lo importante: la estadística. ¿Qué significa, entonces, una gota en el Océano?