El positivismo de los sueños, una vez emprendida la ruta, cede ante el empuje diario de esa triste corriente filosófica conocida como Positivismo, que solo atiende a lo que puede ver sin dar cabida a ninguna ensoñación. Las olas, el viento y los balances bruscos en largos días e interminables noches de imposibles sueños e inquietantes guardias, se alían con ella y la cargan de razones deteriorando el ánimo y se llevándose el idilio con el mar.
Este, por momentos, parece ser consciente del castigo y amaina. Los azules se imponen a los blancos y grises. Las violentas montañas que se desplazan amenazantes hacia la proa se duermen y surge una bucólica llanura de trescientos sesenta grados donde las enamoradas parejas de albatros descansan plácidamente y donde los delfines, a modo de escolta, nadan en formación por la proa. El contraste de azules en el horizonte da paso al rojo en un "hasta mañana" del Sol, que avanza más rápido que nosotros hacia el oeste. Y oscurece. Y nadie duerme. Esa noche no porque el catre sea una batidora sino porque el espectáculo de la bóveda es indescriptible: un fascinante río blanco de luz formado por millones de estrellas la cruza mientras que sobre sus orillas constelaciones agrupadas, quizás caprichosamente, invitan a reconocer los rasgos de un ser querido o de dos labios que se besan.
Y llegó la niebla, silenciosa. Hasta luego a las estrellas y a los sueños de argonauta. Peligrosa por lo que no se ve a través de su espeso velo, por lo que esconde detrás de su manto embustero de calma que intenta aletargar los sentidos. Se encienden las alarmas porque su letal traición puede estar oculta a menos de un cuarto de milla de distancia. Unas horas de navegación cautelosa entre sus entrañas dotan de verosimilitud a todas las metáforas sobre ella escritas. La incertidumbre solo desaparece cuando levanta.
Mañana toca el Estrecho de Magallanes. ¿Volverá el placer de una ruta soñada, o perdurarán las marcas del agotamiento producido por miles de millas devoradas entre la tempestad, la niebla y la calma? ¡A disfrutar del paisaje! En una ocasión me contaron que la mayoría de las personas que compran un yate disfrutan de dos días muy felices: el día que lo compran y el día que lo venden. Si esto es aplicable a nosotros mañana lo sabremos; en ese caso mañana ¡toca ser feliz!
Y llegó la niebla, silenciosa. Hasta luego a las estrellas y a los sueños de argonauta. Peligrosa por lo que no se ve a través de su espeso velo, por lo que esconde detrás de su manto embustero de calma que intenta aletargar los sentidos. Se encienden las alarmas porque su letal traición puede estar oculta a menos de un cuarto de milla de distancia. Unas horas de navegación cautelosa entre sus entrañas dotan de verosimilitud a todas las metáforas sobre ella escritas. La incertidumbre solo desaparece cuando levanta.
Mañana toca el Estrecho de Magallanes. ¿Volverá el placer de una ruta soñada, o perdurarán las marcas del agotamiento producido por miles de millas devoradas entre la tempestad, la niebla y la calma? ¡A disfrutar del paisaje! En una ocasión me contaron que la mayoría de las personas que compran un yate disfrutan de dos días muy felices: el día que lo compran y el día que lo venden. Si esto es aplicable a nosotros mañana lo sabremos; en ese caso mañana ¡toca ser feliz!
Preciosa descripción de un viaje que a tod@s nos encantaría realizar....
ResponderEliminarEsperamos impacientes tu próxima singladura!!
Gracias amigo, en breve una nueva marea :)
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