Es tiempo de lluvia y de oleaje en nuestra tierra gallega:
no ha llegado, todavía, el cuarenta de mayo; es treinta y nueve de mayo, Día
Mundial de los Océanos. Es tiempo de twiter y de whattsapp (los SMS ya navegan
por la red como los escarabajos por
la carretera) donde el enunciado corto, en retumbantes comunicaciones, es lo
que impera. La vida efímera de la noticia construye nuestra realidad a golpe de
titulares, en un monótono y continuo
mensaje vacío de contenido. Nos encasilla, privándonos de toda libertad de
pensamiento y acción, sobre unos cimientos de lenguajes falsos forjados en la
terrible lógica de la parcialidad que
nos esclaviza e impide romper los muros de nuestra ceguera y egoísmo sectarios
que solamente aportan soluciones incompletas a los problemas que amenazan la
vida de la Mar y de los marineros.
El andamiaje social parece estar construido por piezas
perfectamente estancas que encuentran en su fricción constante la solidez de la
estructura, donde no es posible ni el movimiento ni el cambio de posición que
teóricamente se ha asignado cada una de ellas. La reflexión conjunta, la
empatia, la flexibilidad y el análisis profundo de los problemas sin atender a
titulares grandilocuentes de rechazo (caracterizados por su superficialidad e
intereses momentáneos) no encuentran su espacio, creo, más que en la libertad
del interior de cada uno de nosotros, de los que formamos este diabólico
andamio y que amamos profundamente a la Mar. Pescadores, ecologistas,
políticos, periodistas, ciudadanos comprometidos con el medio ambiente,
ciudadanos comprometidos con lo social, activistas, sindicalistas son meras
coordenadas únicamente útiles para la construcción de un tejido oportunista que
solo atiende a los latidos del presente pero que nos desposeen de nuestra condición
humana, cosificándonos.
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