lunes, 15 de enero de 2018

Dame veneno que no quiero sufrir

En una entrada anterior hemos visto futuras aplicaciones médicas de los crustáceos y en el campo de la Medicina nos quedamos en esta entrada para hablar del futuro de los analgésicos que, como las llaves de la canción, se pueden encontrar en el fondo del mar.
Concretamente en las cálidas aguas del Caribe donde habita un caracol venenoso y precisamente ese veneno podría ser la alternativa a los  fármacos opioides que se usan hoy para combatir los dolores más intensos. Uno de sus componentes ha demostrado ser eficaz aliviando el dolor en ratas tratadas con quimioterapia.

Según informa la Universidad de Utah, hay 700 especies de caracoles cono y 100 son venenosas. El Conus geographus, por ejemplo, utiliza la insulina que segregan para provocar un ataque hipoglucémico en sus presas antes de devorarlas tranquilamente; un veneno formado por más de 100 neurotoxinas, que todas juntas pueden matar a un humano pero, individualmente, algunas de ellas pueden ser su salvación. Es el caso del compuesto RgIA4, un péptido que parece impedir la transmisión de las señales de dolor por parte de las neuronas sin tener que recurrir a los opioides que generan adicción.

"RgIA4 actúa sobre una ruta completamente nueva, lo que abre la puerta a nuevas estrategias para tratar el dolor", explica el profesor de psiquiatría de la Universidad de Utah y coautor de la investigación, Michael McIntosh. Aunque necesitan más estudios, los investigadores no vieron que la acción sobre esta nueva ruta del dolor produjera tolerancia o adicción. Aún hay que probarlo en humanos, pero el veneno de este caracol abre una vía para tratar el dolor, particularmente el crónico o el neuropático, sin tener que recurrir a los derivados de la adormidera.

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