La compañía, durante semanas, de un grupo de gaviotas o de una pareja de albatros perfectamente adaptada al medio marino nos recuerda nuestra vulnerabilidad y la necesidad de comunicarnos con nuestros semejantes para saber, aunque no los veamos, que están ahí. Somos una criatura social y la Mar nos lo muestra de forma transparente.
A día de hoy, la única forma de comunicación permanente posible entre cáscaras de nuez, en medio del Océano, son las ondas de radio. Separados por decenas o centenas de millas nos sentimos cerca a través de las frecuencias de radio. Formamos grupos alrededor de una frecuencia como punto de encuentro donde nos damos los buenos días, entablamos conversaciones variopintas y desarrollamos verdaderas amistades con voz y sin rostro. Bueno, ponemos rostros según la voz...y vaya sorpresas que nos llevamos si algún día (a veces pasan años) nos encontramos en tierra firme.
La frecuencia es como el bar de la esquina o como la taberna del puerto donde te encuentras con los amigos. Una de ellas podría ser la 4203 kHz, en una mañana cualquiera.
La 4203
Abre la cuarenta y dos cero tres
a las ocho, casi siempre puntual.
Sonrisa del Pacífico Oriental,
taberna mañanera sin estrés.
No se encuentra ubicada en Nueva York,
ni en el París de la torre de Eiffel.
Se encuentra cerca del noventa y dos,
Ochenta y siete punto dos punto seis.
Es taberna ruidosa y concurrida,
y, aunque lejos de nuestra tierra
nos muestra los reflejos de Galicia.
Siete amigos hablan de cualquier tema:
el fútbol, Zapatero, Aguirre o Alicia.
Todos valen, todos menos la pesca.
Tuco está oculto al lado de la puerta
hablando con una linda paloma
entre sonrisas, de la última fiesta.
¡Ay, ay, ay! ¿Dónde acabará la cosa?
Manolo sigue al norte de una mesa.
Y, cantando ´´La puerta de Alcalá´´
atiende a la partida como va,
al tiempo que se acerca y se aleja.
Paciente, Carliños aguantó la espera
de su amigo Tuco. ¿Cuándo terminará?
Y así, tapar de nuevo la bañera.
Y Paco, Paco en su primera taza
se informa en la barra ojeando la prensa,
para saber lo que realmente pasa.
Emilio quieto, observa la jugada:
Tres fresas y le toca el especial.
Ruido de monedas contra el metal.
Desvía todo el mundo su mirada.
Y Ramón: ¡ya son horas de marchar!
Con el estómago lleno de tapas
y muy cabreado con estos sociatas.
Gana la partida, no hay que pagar.
Yo, despistado, junto a una ventana.
Después de tan prolongada ausencia
mezclo entre mis manos una baraja.
No sé cuanta gente hay en la frecuencia
de esta taberna cada mañana...
No disponemos de índice de audiencia.
por Balueiro
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