viernes, 1 de julio de 2016

El palangre y el gas-oil: la amenaza del trol

Vivió un sueño, como el de una noche de verano. Surgió de la nada, de un lugar donde pescar pez espada era algo similar al arte del viejo Santiago. De un poco más al norte vinieron los americanos esperando que en vez de percebes y centollos les llenásemos las lonjas de emperadores.
Fue el plan Marshall de los 80 para flotas de bajura que se aventuraron a internarse en el océano sin posibilidad de marcas ni demoras a faros; hacia el oeste, tras el solitario Emperador.

Al pobre, la incredulidad de que la senda tomada lo puede llevar  al bienestar  le impide disfrutar de los golpes de suerte que se cruzan en su camino. La vida tiene estas cosas que lo hacen desconfiado. Desafortunadamente casi siempre acierta. ¿Por dónde caerá la hostia?

Los dólares del pez espada cambiaron chabolas por viviendas, o común  por los últimos diseños de Roca, coches de San Fernando por algún Seat  y más alemanes, el mercadillo del sábado por las seis plantas de El Corte Inglés, las sobras del cocido del domingo por lenguados frescos de la costa. Viento en popa.

Pero apareció el arbusto, o toxo, the Bush que abandonó su condición de enano para crecer y crecer  y llevar el petróleo absorbido por sus raíces hasta la estratosfera rompiendo el equilibrio. Fin de la fiesta. Con la sombra del trol se descompuso la anomalía, cada uno a su sitio. Los fuegos artificiales se convirtieron en chispas de soplete. Festival de desguaces.

Hoy, una tregua. La necesidad de ilusión intenta acallar a la razón, que grita que otro toxo volverá a crecer. Mientras estamos aquí, locos por incordiar.

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