martes, 26 de enero de 2016

Japón: el orgullo de ser marinero

Al norte de Japón renace Kesennuma: una ciudad que vive hermanada con el Océano, a pesar de todo el sufrimiento que este le envió en 2011 en forma de tsunami. Pacífico, solamente de nombre, fue letal con las gentes de esta ciudad japonesa que respira al ritmo que marca el mar. Intentan reconstruir sus vidas con naturalidad  y sin rencor hacia un océano al que otorgan rango de Dios.
Asumen el daño causado, procurando olvidar el dolor de aquel fatídico día en el que las aguas entraron y salieron arrasando media ciudad. Su cultura, sosegada, parece metabolizar con mesura el drama de la pérdida de más de 1000 vecinos y familiares. Abruma la serenidad con la que limpian las cicatrices  y se hacen de nuevo a la mar con el respeto de un pueblo que manifiesta auténtica admiración por los que se abren camino entre las olas y regresan con el alimento que tanto aprecian.

Ser marinero en Kesennuma es pertenecer a una familia respetada. La vida, por estas latitudes, nace en el mar. La esperan en los muelles con una liturgia que va más allá de lo meramente superficial, apoyada en el conocimiento de la dureza que supone enfrentarse a las ausencias y a la hostilidad del océano. A los ojos de un marinero occidental, el impacto no se hace esperar, porque a diferencia con Europa, la Mar, aquí, la ven de frente. No hay que esconderse por temor a ser tratado como un delincuente, o por sentirse perseguido hasta lo inverosímil por quienes han dado la espalda al mar.

La cultura en Kesennuma es salada. Sacralizan el alimento a través de una gastronomía que mima el producto como nadie en el mundo. El plato sabe a mar, sus vidas saben a mar. Su futuro también huele a mar, a pesar del fuerte golpe recibido por quien representa su alma: el Océano Pacífico. Ser marinero es un honor y un orgullo en Kesennuma y para quien ha recibido los varapalos del océano pero también de la marea burocrática es incluso sorprendente.



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