martes, 2 de junio de 2015

Potas gigantes del Pacífico

La noche era oscura a pesar de que faltaban tres días para el plenilunio. El cielo permanentemente encapotado en esta parte del planeta impedía que el reflejo de un solo rayo de la luz que da hermosura a la esfera de roca de hierro que nos acompaña en nuestro viaje elíptico alcanzase las aguas del Océano Pacífico cercanas a la costa peruana a través del impenetrable manto de nubes.
Luchaba, nadando con todas mis fuerzas, en un último intento por alcanzar el barco que se alejaba de mi posición lenta pero inexorablemente. Apenas podía ver sus luces. Sumergía la cabeza y podía ver como bancos de enormes potas ascendían de las profundidades con intención de atacarme…

La luna suele tener efectos reconstituyentes entre el cuarto creciente y el cuarto menguante para los palangreros de superficie. Solamente parece existir en sus fases de iluminación reflejada. Su luz, que penetra a través de las aguas iluminando el fondo, mantiene alejadas de los anzuelos a innumerables formas de vida que cada noche suben desde las profundidades a alimentarse. Se puede pasar, en cuestión de días, coincidiendo con el cuarto creciente, de virar los palangres con todos y cada uno de los anzuelos limpios de carnada a verla llegar a bordo, después de veinticuatro horas, intacta, tal como la largamos. Esto tiene un efecto multiplicador en la pesca debido a las horas que el anzuelo permanece en la Mar como una invitación a la mesa para el pez espada. En las fases de “oscuro” lunar la carnada suele desaparecer de los anzuelos en cuestión de minutos. Si a ello sumamos la presencia de bancos con miles de toneladas de enormes potas (algunas de ellas con más de 2 metros de longitud) el día a día se convierte en una pesadilla.

Como las sardinas en la Noche de San Juan los espadas enganchados en los anzuelos de los palangres surgen de las aguas, al costado del barco, con su cabeza, su espinazo y su cola. No importa su tamaño, su musculoso cuerpo desaparece por completo. La insaciable voracidad de las potas del Pacífico encuentra su festín enganchado en los anzuelos del palangre cuando sube desde las profundidades en busca de la luz de la luna que las nubes ocultan...

Cuando están a punto de engullirme despierto de un sobresalto. Me levanto del catre alterado. Solo fue un mal sueño. La verdadera pesadilla me espera en la virada. Veo el primer espada en el palangre: cabeza, espinazo, cola. A esta hora las potas ya deben estar saltando en las hogueras abisales.

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