lunes, 26 de mayo de 2014

Costa gallega


¡Oh, Costa Gallega, de negras rocas 
y espuma blanca, de agrestes piedras 
y sedosas playas, de dulces Rías 
y salvajes borrascas, de marineros ausentes 
y rederas con sus pupilas dilatadas, 
pendientes de la radio 
esperando la no noticia, 
mientras cosen las últimas mallas de un trasmallo; 
oh, Costa Gallega, cuánto dolor me causas! 

El desasosiego, que emana de las entrañas 
del Océano, evaporado con cada embestida 
de marea alta en invierno 
oculta en un lejano recuerdo 
las sutiles caricias y besos 
con las que en el pasado mes de julio, 
el Mar, 
plácidamente te conquistaba. 
¡Oh, Costa Gallega, cuánto dolor me causa 
el frenético amor que agita 
violentamente el edredón de espuma blanca 
bajo el que se libera vuestra pasión 
alimentada con cada borrasca! 

Las horas de no noticias 
disipan la vacilación en las puntadas. 
Así, las redes 
avanzan entre sus manos expertas, 
malla a malla, 
al compás que el viento del suroeste 
le marca al estruendo 
de vuestros gemidos de amor 
en esta peligrosa danza. 
¡Oh, Costa Gallega, 
cuánto dolor, vuestro romance me causa! 

El sonido de las hélices 
es la esperanza y el pan 
cuando nace en el galán que con sus aguas te baña, 
pero no es esta la ocasión, 
vuestro desenfreno la sobresalta. 
Sí, 
hay noticias en la radio. 
Se arruga su corazón, abandona las redes 
y sale corriendo hacia la playa. 
Son hélices como en Saigón, que sobrevuelan 
tu almohada anunciando la muerte 
en algún rincón entre Bayona y A Guarda. 
¡Oh, Costa Gallega, 
que en tu lecho de amor, mi vida, para siempre de ella la separas! 

Por Balueiro

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