¡Oh, Costa Gallega, de negras rocas
y espuma blanca, de agrestes piedras
y sedosas playas, de dulces Rías
y salvajes borrascas, de marineros ausentes
y rederas con sus pupilas dilatadas,
pendientes de la radio
esperando la no noticia,
mientras cosen las últimas mallas de un trasmallo;
oh, Costa Gallega, cuánto dolor me causas!
El desasosiego, que emana de las entrañas
del Océano, evaporado con cada embestida
de marea alta en invierno
oculta en un lejano recuerdo
las sutiles caricias y besos
con las que en el pasado mes de julio,
el Mar,
plácidamente te conquistaba.
¡Oh, Costa Gallega, cuánto dolor me causa
el frenético amor que agita
violentamente el edredón de espuma blanca
bajo el que se libera vuestra pasión
alimentada con cada borrasca!
Las horas de no noticias
disipan la vacilación en las puntadas.
Así, las redes
avanzan entre sus manos expertas,
malla a malla,
al compás que el viento del suroeste
le marca al estruendo
de vuestros gemidos de amor
en esta peligrosa danza.
¡Oh, Costa Gallega,
cuánto dolor, vuestro romance me causa!
El sonido de las hélices
es la esperanza y el pan
cuando nace en el galán que con sus aguas te baña,
pero no es esta la ocasión,
vuestro desenfreno la sobresalta.
Sí,
hay noticias en la radio.
Se arruga su corazón, abandona las redes
y sale corriendo hacia la playa.
Son hélices como en Saigón, que sobrevuelan
tu almohada anunciando la muerte
en algún rincón entre Bayona y A Guarda.
¡Oh, Costa Gallega,
que en tu lecho de amor, mi vida, para siempre de ella la separas!
Por Balueiro
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