martes, 26 de mayo de 2015

La calá: el tiempo de los marineros de todos los tiempos

Acercarse a cualquier aspecto que gravite en torno a la Almadraba nos embarca, irremediablemente, en un viaje por la Historia no solo de la Península Ibérica, sino de la Humanidad. La Almadraba es un legado vivo coetáneo a la civilización occidental. Prueba de ello son los numerosos documentos que han llegado a nuestros días en los que la pesca con Almadraba ha sido tratada, con mayor o menor profundidad, por conocidos eruditos de todos los tiempos.
Nombres como Estrabón, Oppiano, Eliano, Plinio o el mismísimo ilustrado Padre Sarmiento han analizado esta modalidad de pesca destacando su importancia desde la óptica socioeconómica, sociocultural o científica en términos de sostenibilidad.

Uno de los puntos que podemos tomar como referencia, en este somero viaje por la Historia, nos lleva directamente a la Roma Imperial, a Baelo Claudia: ciudad romana levantada en el siglo II a.C. sobre un antiguo asentamiento fenicio situado en un emplazamiento paradisíaco por la cara de poniente de Tarifa y a la que, dada su importancia tanto en el comercio como en la pesca y la industria dentro de la sociedad romana, le fue otorgado el rango de municipium por el emperador Claudio. A ella se refirió Estrabón en el año 18 d.C. (“[…] También es un emporio que tiene fábricas de salazones […]”).

Allí se fabricaba, en su floreciente industria de salazón, una apreciada salsa de pescado denominada garum, tomada por los romanos de la civilización griega, primera en comercializar tan apreciado manjar de la antigüedad al que llamaban garo (caballa). El propio Plinio destacó la relevancia del garum, tanto en la gastronomía romana como en el comercio, en su Historia Natural, XXXI (“[…] el precio del garum solo es sobrepasado por el de los más costosos perfumes y se exporta hasta los últimos confines del Imperio envasado en ánforas […]”).

La senda desde el génesis de la actividad almadrabera hasta la actualidad ha recorrido alrededor de 2500 años de sorprendente continuidad donde los derechos históricos se miden por siglos. Donde el modelo de explotación se ha ido adecuando al sistema político-económico existente en cada momento. Donde el modelo de comercialización de sus productos, que ha sustituido el garum por el sashimi, la salazón por la congelación a -60°C y las ánforas por los contenedores refrigerados, ha permitido que las palabras de Plinio continúen vigentes, todavía, en el siglo XXI. Y donde, como contrapunto a la profunda y lógica evolución de productos y mercados relacionados con la Almadraba a lo largo de estos casi 30 siglos, encontramos, como nexo de unión imperturbable, a los almadraberos, que son los marineros de todos los tiempos. Los que con los mismos nudos, con las mismas anclas, con las mismas mallas, en la misma estación, avanzada la primavera, funden, como plegando el tiempo, Las Columnas de Hércules con el Estrecho de Gibraltar mientras subidos en sus botes realizan una obra maestra de arquitectura submarina. Es el tiempo de la calá. El tiempo de los marineros de todos los tiempos.

Ver la pesca con Almadraba solamente en su célebre momento definitivo, en el de la lenvantá, es comparable con entrar en un teatro, como el de Baelo Claudia, durante la representación del éxodo de una tragedia clásica, cuando el héroe con su sacrifico se convierte en el remedio para el mal. Difícilmente, podremos entender la obra sin haber visto el prólogo y los episodios de la misma con anterioridad.

Todo empieza en el Real de la Almadraba de los pueblos gaditanos de Conil, Barbate, Zahara de los Atunes y Tarifa en el mes de febrero. Al igual que los marineros del Consorcio de almadraberos de comienzos del siglo XX, los que trabajaban para la Casa de Medina Sidonia entre los siglos XIII y XVIII o los de Baelo Claudia del siglo II a.C., los de hoy, con sus azarosas manos, comienzan a preparar las redes, las anclas, los cables, el lastre y los flotadores bajo la supervisión de expertos capitanes que atesoran conocimientos milenarios, transmitidos de generación en generación.

Cada Palomera (anilla de acero donde se sujetan dos cables que marcarán la dirección de la red, dos apuntaduras de anclas y una tralla que va hacia la superficie donde se sujetará cada flotador), que funciona como la dovela central de un arco, debe estar en perfecto estado. Cada bolina, cada tralla, cada junquillo, cada malla es supervisada con detenimiento en laboriosas jornadas entre bromas, ilusión y cánticos en el Real de la Almadraba.

Llega el mes de marzo y, mientras se ultiman los detalles en el Real, comienza la calá. Botes y barcos recién pintados y reparados por las maestras manos de los últimos carpinteros de ribera aguardan en el muelle su entrada en escena. Centenares de anclas apiladas que a los ojos de Don Quijote bien podrían ser un ejército de troles, miles de metros de cable alquitranado, decenas de flotadores y la numerosa tripulación de marineros esperan a primera hora del alba que el experto capitán dé la orden de salir a calar. Antes, habrá comprobado que el viento es el adecuado, que la corriente es la apropiada y que la Mar está en calma. Es su momento, su responsabilidad, donde debe aplicar los conocimientos que atesora y calar cada ancla en el lugar exacto.

Empezarán a construir, día a día, en un pesado trabajo, cuando la Mar lo permita, la estructura de la Almadraba. Anclas, flotadores y cables irán dando forma a la Ravera de fuera, a la de tierra, a los cuarteles, a los bicheros, a la legítima y al cuadrillo, a la cámara y al buche, al bordonal y al palmatorre. Solo restará, para terminar la Almadraba, ir sujetando palmo a palmo un extremo de la red al cable y; con el peso de la cadena, el otro extremo irá cayendo hacia el fondo y a modo de cortina cerrará la estructura de esta obra arquitectónica invertida, diseñada para guiar hacia su copo a unos pocos atunes que se acerquen a la costa de los millares que entran por el Estrecho cada año.

Centenares de familias viven como un rito ancestral todos los trabajos previos a la llegada de su héroe (el atún) cada primavera. En su paso por Las Columnas de Hércules se producirá el éxodo y el efecto de la Catarsis en la comunidad costera gaditana, que tras 2500 años sabe mejor que nadie que se debe cuidar la población de atunes para que cada primavera algunos de ellos acudan a su cita en el escenario de la Almadraba.

“El modo de pescar mucho es el peor modo de pescar (...)
Esas decadencias ni las causaron revoluciones astronómicas,
ni transmigraciones de vivientes,
ni tampoco el tempusedaxrerum,
sino la malignidad, avaricia e insaciabilidad de algunos (...)”
Sarmiento 1772



* Artículo escrito por Joaquín Cadilla y publicado en el nº 2086 de Industrias Pesqueras

2 comentarios:

  1. Publicacións deste tipo son o que manteñen viva a pesca e a súa historia

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  2. Publicacións deste tipo son o que manteñen viva a pesca e a súa historia

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