viernes, 8 de mayo de 2015

Capeando el temporal

Hoy hemos tenido el mejor lance de la marea a pesar de no haber pescado absolutamente nada. Decimos en la Mar que cuando acecha el temporal y se consigue virar el aparejo sin contratiempos personales antes de que la cosa se ponga fea, el lance es el mejor. No importa la pesca, solamente la seguridad en cada maniobra de cubierta, y con la última boya del palangre a bordo del barco desaparece el estrés producido por los riesgos que esconde un mar embravecido.

Llega el momento del barco. La tripulación, tras haber comprobado que cada cabo, aparejo y utensilio de trabajo está perfectamente ubicado y trincado, se retira. Ropas de aguas, cascos y botas esperarán al siguiente día de faena en su habitáculo. De repente, el comedor se llena de marineros con el pelo impregnado de mar y la ropa húmeda. Se sientan, cada uno con su taza humeante en la mano. En una de las mesas analizan, todavía impresionados, la ola que embistió a las doce y cuarto. El aroma a café caliente se distribuye por todo el barco a través de los conductos de ventilación. Huele a tranquilidad, todos están orgullosos de haber superado sin percances un duro y arriesgado día de trabajo. Toca descansar confiando en la nobleza del barco.

Los partes meteorológicos no han exagerado. La Mar se arruga igual que un paño estirado sobre una mesa entre las manos de un niño que juega a juntarlas. Vientos de 35 nudos con rachas de 40 y olas de 5 a 6 metros acompañan a los chubascos que se acercan por la proa. Hacia ellos se dirige el barco con poca máquina, la suficiente para no perder el gobierno. No conoce otra forma de afrontar el temporal más que de frente, de proa, con valentía, porque de proa es fuerte.

Aparece una ola que no permite ver el horizonte más allá de su cresta. Su grandeza lo ocupa todo. Esta no es la preocupante a pesar de su ostentosa presencia. Su hermana gemela, agazapada, la sigue de cerca; esta es la peligrosa. Se aceleran. Se erizan sus crestas rompiéndose en forma de espuma blanca. La proa las observa. Conoce la jugada, es una trampa. Sube sobre la primera. No hay bofetada. Se frena en lo alto. No hay apoyo para la bajada ni espacio entre las hermanas. Cae al vacío. Se estrella sobre el cuerpo de la allegada. Tiemblan las entrañas de acero aunque fueron diseñadas para soportar este tipo de emboscadas.

Se metió el sol. Nos queda una noche “de capa”. La tripulación, excepto los de guardia, descansa en sus camarotes esperando pacientemente que la Mar se quede de nuevo en calma mientras el barco se enfrenta a la violencia de las olas utilizando su nobleza como arma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario