Escuchamos al Ministerio y las Consejerías autonómicas congratularse en los foros internacionales de su buen hacer con respecto a las inspecciones pesqueras, a la lucha contra la pesca IUU, a la legislación orientada hacia la sostenibilidad, a las operaciones policiales contra entramados empresariales diseñados para eludir las leyes. Todo esto está muy bien, incluso fantástico; o estaría, quizás, si el agravio comparativo de competencia desleal hacia nuestra flota no germinara ni aflorase del latir de la propia Unión Europea.
Habitualmente nos invade el desánimo al comprobar que productos de países terceros, que no cumplen con los estándares mínimos (tanto sanitarios, sociales, como pesqueros) exigidos a nuestra flota compiten en las mismas estanterías de los mercados europeos. Pero, ¿qué sucede cuando el abuso emana del “amigo”?
En las aguas fronterizas españolas (al norte del río Miño) trabajan barcos portugueses con “tarros” para la pesca del pulpo. Dios libre a cualquier pescador de mi pueblo que la lancha de la Xunta de Galicia los cace con alguno de estos aparejos a bordo. Están prohibidos en España por razones biológicas. Alguna vez me he preguntado si quizás para los pulpos sea diferente la biología de los barcos gallegos a la de los portugueses… ¿quién sabe?
Los espaderos españoles que operan en el Mediterráneo (principalmente de Carboneras) comparten aguas con los italianos. Estos utilizan redes de enmalle a la deriva para pescar espadas; prohibidas en España desde 1990. Los almerienses continúan luchando sin desfallecer en su denuncia, cierto es, también sin ganar. Los italianos, listos ellos, dicen que la “Ferratara” no es un arte a la deriva porque va firme en el barco…claro, con el barco a la deriva. Soy gallego y, por esa circunstancia natal, tonto. La política europea de pesca, para entenderla, necesita más luces (seguramente leds) de las que vienen en el libro de instrucciones de un hijo de la muñeira.
Y ahora, de nuevo los franceses. Quizás en sus mentes sea cierto aquello de que Europa termina en los Pirineos. Estos fenómenos pescan bonitos y atunes con artes pelágicas vetadas a nuestra flota. El asunto va más allá, por si esto no fuese suficiente para pararles los pies; ya lo decía mi abuelo: “tranquilo, que a cousa incha”. Los artesanales de los españolitos buscan las manchas de bonito, se concentran, y ya está. Para los franceses trabajo hecho. Tira de radar o de AIS (equipos en teoría para salvaguardar la seguridad en el mar). Acércate al enjambre. Cuando paren en la noche con los peces tranquilitos debajo de sus quillas…¡Zas! Un lance y antes de que se despierten mancha pal carajo. Estas sanguijuelas (o cualquier parásito que se le ocurra) arrasan con todo lo que se entromete en su camino, y en el que no es suyo. Y digo yo, que tenía a estos herdeiros de la Ilustración como mentes supremas, que para pescar así, hasta un galeguiño tonto como yo carga el barco. Pero tranquilos, “a cousa incha”. Ahh, con su ego! ¿Por qué no descargar en sus puertos delante de sus autoridades que les prohíben pescar así? ¿Por qué no? En las narices con dos c… “E caladiños”.
“A cousa incha”. Los atunes rojos dañados por las redes son tirados al mar. Se hunden como plomos. Después pescados por nuestros arrastreros de fondo ya putrefactos. No sapa ná
Hasta que pase.
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