jueves, 24 de agosto de 2017

Pinceladas de sal (I): Cabo de Cruz

La idea de viajar por los pueblos costeros, cogidos de la mano de amigos locales, es una cuestión que despierta nuestra curiosidad desde hace tiempo. Acercarse a su cultura marinera a través de pequeñas historias o leyendas que hayan conseguido doblar el tiempo y compartirlas con vosotrxs como someras pinceladas nos alienta a ponernos en marcha.

La primera parada nos llevó a Cabo de Cruz, en el municipio coruñés de Boiro, de la mano de nuestro amigo Pepe. Fue una mañana tan intensa como enriquecedora, que bien hubiese sido útil para algo más que una simple entrada de un blog.

Tres pinceladas de Cabo de Cruz: Una gamela llamada Esperanza, un mejillón que se come al Prestige, unas gaviotas quebrantahuesos.

Francisco Outeiral o tío Francisco dos Pinales se presentó en 1942 por primera vez en la Capitanía de Marina para registrar el nombre de su gamela. “Quero que se chame Libertad”. La negativa fue inmediata. Bajo ningún concepto se autorizaría semejante calumnia a Francisco Franco. ¿Qué osadía es esa de la libertad? En su empeño, el tío Francisco, se alineó con el ingenio galaico, cargado tantas veces de sorna.

Según dice la leyenda en Cabo de Cruz el tío Francisco llegó un día con un nombre aceptable: “Esperanza…" girando la cabeza, para huir de la fija mirada del otro lado del mostrador, puso la mano sobre su boca “…de libertad”.

Hoy reina en el puerto de Cabo de Cruz un monumento conmemorativo del 1º aniversario del "Encontro de embarcacións tradicionais" celebrado en 2015 que representa a la gamela del tío Francisco. También, una réplica en el pantalán deportivo.

El comportamiento particular de las gaviotas de Cabo de Cruz despertó el recuerdo de Félix Rodríguez de la Fuente: “Pueden observar como el ingenioso quebrantahuesos despeña desde gran altura la mandíbula del cadáver del ciervo con el fin de acceder a su médula”. Las gaviotas de Cabo de Cruz, tal como iba explicando Pepe en nuestro paseo sobre el muro de una dársena interior llena de restos de concha de mejillón, se hacen con los bivalvos de los balandros para despeñarlos y así disfrutar del manjar que protege el escudo del apreciado molusco.

La última pincelada será de chapapote. Infausto recuerdo del Prestige, a través de un hermoso monumento que quizás represente las dos caras de la moneda en aquellos desgraciados días: unos cubos desordenados, con orientaciones diversas, o más bien dispersas, en una estructura que parece tambalearse, coronada por las dos esferas que significan "sin gobierno" en el código náutico, como queriendo poner de relieve el caos de las administraciones en los días de los“hilitos de plastilina”.

En su alma, un mejillón que se come al Prestige ya roto por la mitad. Quizás la emoción de un pueblo, de una marea blanca, que con sus propias manos atacó al desastre hasta vencerlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario