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Llevamos dos semanas de marea y quisiéramos compartir con vosotros el origen de esta travesía. Es un origen que se explica con el paso del tiempo, la mejor manera de valorar lo que nos acontece día a día. Para esta pequeña historia hemos elegido una canción que no podría ser otra que “Acabo de llegar” de Fito y Fitipaldis porque nos inventamos, haciéndonos peces y comenzando por las espinas.
Con esta canción de fondo, crucé con Joaquín el Atlántico a bordo de un palangrero en el año 2007. Balueiro lo hizo por mar y yo, desde tierra, siguiendo cada una de las cabezadas de la proa de aquel barco. Del continente americano al africano y vuelta, persiguiendo espadas, él, y teniendo el lujo, yo, de vivir en primera persona las inquietudes de un patrón/marinero a bordo de un barco; de su preocupación tras una mala jornada de pesca; de su “morriña”; de la añoranza de su familia, patroneada desde tierra por su amada Fini; y de su convivencia diaria con el océano. A partir de aquel año me embarqué, desde el teclado de mi ordenador, en cada una de sus mareas.
¡Gracias patrón por darme la oportunidad! Y doy las gracias porque a partir de aquella marea tomé consciencia de un hecho que sí sabemos los que nos quedamos en tierra pero que no tenemos presente hasta que situamos nuestra mente en algún barco en el medio del océano. En más de una ocasión he escrito sobre la dureza de trabajar en la Mar, del medio inhóspito y de la difícil convivencia a bordo y, quizá, hasta aquella primera marea, lo hice de manera automática. Ese año 2007 comprendí realmente que, más allá de salir a buscar pescado y rentabilizar la faena, una marea está cargada de otros componentes que marcarán tanto a los que se embarcan como a los que en tierra estamos pendientes. Aspectos que quedan muy lejos de las reglamentaciones y normativas que emanan de unos despachos donde la temperatura es constante, las jornadas de trabajo tienen un límite diario, el aire no te congela la mirada y nada se mueve.
A bordo, los días se suceden constantes sin interrupción pero al mismo tiempo avanzan lentos y van impregnando la marea de sentimientos que se acentúan a medida que avanza el tiempo; sentimientos que se van mezclando con el aroma del mar y de la sal. Se crea una nueva familia a bordo, temporal, pero con lazos férreos y, en muchos casos, hasta duraderos; se refuerza la implicación de la tripulación por encima de sus personalidades dispares; aumenta respeto por un medio que enseña su lado más oscuro cuando menos te lo esperas; se resiente el espíritu por las ausencias; se descubren las necesidades y las ilusiones que se esconden tras el esfuerzo de cada uno de los miembros de la tripulación; se magnifican los sentimientos, y se siente realmente lo pequeños e insignificantes que somos en un universo tan grandioso. Todo eso me lo ha ido transmitiendo sabiamente Balueiro desde alta mar.
Porque en La Mar, como dice la canción de Fito que hoy nos acompaña, no hay esquinas y difícilmente uno puede esconderse.
Así es, Nieves. La Mar no permite que te escondas. Te muestra tu propia verdad reflejada en su inmensa alma. Sobre ello, imagino que iremos escribiendo a lo largo de la travesía que acabamos de empezar. Lo que sí querría significar ahora es que esta aventura, en mi caso, también comenzó en aquella marea.
No supe lo mucho que me gustaba escribir sobre la Mar hasta que en aquel verano de 2007 (invierno en el Hemisferio Sur, a la salida de Montevideo), en una noche de navegación estrellada, de luna, en calma, te escribí un correo con una descripción del espectacular firmamento que sobre nosotros imponía su autoridad, con una belleza difícilmente perceptible fuera de la soledad que te otorgan los 360º de horizonte, sin más presencia humana que uno mismo en el centro. Fue sólo el primer texto y me animaste a seguir escribiendo… Hasta hoy.